FRANCOS

  Vista del Palacio de Versalles


 “Ahora bien; fue por aquel entonces, en que había tanta alegría en mi corazón, cuando se produjo un hecho anodino, un drama oscuro, uno de esos dramas que son la vergüenza de la humanidad, en no se qué departamento de Francia. Es el siguiente:

´Un obrero del campo, al volver un sábado por la noche con su jornal en billetes de Banco, lo deja sobre la mesa. Un muchachuelo de cuatro años, su hijo, coge el módico jornal y lo arroja al fuego. El padre se apodera de un hacha y, de dos golpes, le corta las manos al pequeño. La madre, que estaba bañando a un niño de pecho en la habitación contigua, corre, atraída por los gritos del hijo, ve la horrible escena y cae muerta. El niño de pecho se ahoga en la bañera. Los gendarmes han encontrado al padre corriendo entre las tinieblas, loco, por el campo.´

   Esta noticia ocupa menos de veinte líneas en la tercera página de Le Journal. Ocurrió el hecho hace cuatro o cinco años. Desde entonces he dejado de leer los sucesos, pero hoy mismo, 4 de julio de 1929, mis miradas vuelven a caer sobre la primera página de Le Journal. Reproduzco lo que dice, sin cambiar una palabra:

´Una madre, enloquecida por la miseria, mata a hachazos a tres pequeños e intenta suicidarse cortándose un pie y una mano´

´Rennes, 3 de julio.- En la comuna de Breal-sous-Montfort acaba de desarrollarse un horrible drama. En la aldea de Launay-la-Porte vivía una humilde familia compuesta del marido, M. Colombel, el obrero agrícola; de su mujer y cuatro niños. El mayor de éstos trabajaba en una propiedad, mientras que los otros tres (una niña de seis años y dos gemelos de tres) vivían con los padres.
En la casa reinaba la miseria. Impulsada por la necesidad, la mujer de Colombel había cometido últimamente un pequeño robo. Condenada a dos meses de cárcel, se había sentido vivamente afectada.
Entonces decidió acabar con su penosa existencia y arrastrar a la muerte a su hijita y a sus dos gemelos.
Ayer noche, cuando éstos acababan de dormirse en su lecho, la madre empuñó un hacha, se inclinó hacia las tres cabecitas hundidas en el almohadón, y, blandiendo el arma, tres veces, abrió el cráneo a sus tres hijitos. Saltó la sangre, y la muerte fue instantánea.
La Colombel se encarnizó entonces contra sí misma, tratando de suicidarse. Se cortó el pie, se segó completamente la muñeca izquierda, e intentó degollarse con un cuchillo. Por último, se desmayó.
La horrible carnicería no se descubrió hasta esta mañana. La criminal madre yacía en medio de un charco de sangre al pie del lecho en que se encontraban tendidas sus tres víctimas. En el suelo encontraron la mano que se había cortado.
La Colombel ha sido trasladada al Hotel-Dieu, de Rennes en estado desesperado.´

   Algunos lectores me dirán que estoy fastidiándoles, y me preguntarán adónde quiero ir a parar. A lo siguiente:
(…)
   Hace un par de años, encontrándome una noche en compañía de algunos franceses, ricos y cultos, uno de ellos me preguntó repentinamente:
- ¿Conoces París?
- Un poco.
- ¿Qué?
- Los museos, los monumentos, las buhardillas…
Estallaron en risotadas. Se burlaban de mí.
- ¿Has visto a la mujer que cohabita  con su perro?
- No.
(…)
- ¿Y la casa privada donde van no pocas esposas “honradas”, con la cara cubierta, a hacerse violar?
- Tampoco.
- ¿Y el burdel en que se acuestan en un ataúd?
- ¿En un ataúd?
- Como lo oyes.
- Quisiera ver ese horror.

   Los coches tomaron la dirección de la  rue de Provence. Una fachada discreta. A nuestra entrada, un timbre suena ruidosamente, dando la señal de alarma. Nos hacen visitar la casa y su mercancía a 50 francos por persona.

   La mercancía no tiene nada de extraordinario: una treintena de prostitutas para todos los gustos.

- Todas son obligatoriamente francesas, señores- insite el ama.
Que Dios proteja a los pueblos, y Francia a sus prostitutas.
- Vamos a ver el ataúd

   Una habitación con las paredes cubiertas de paño negro. Al lado de una de ellas, el ataúd, un verdadero ataúd, a ras del suelo. Es de dura madera, con el interior lujosamente acolchado y provisto de un pequeño almohadón para que la mujer apoye en él la cabeza.

   Separan las cortinas. Imágenes de burdel. Después, otras habitaciones: “persa”, “árabe”, “china”, “japonesa”, “turca”, de diferentes colores: “rojo”, “verde”, “azul”, “amarillo”, hasta llegar a la sala de la “flagelación”, que es una especie de subsuelo inquisitorial, no menos macabro que la habitación del ataúd. (…) Cadenas. Látigos. Se sujeta a la mujer o al hombre, según el desequilibrio cerebral del “cliente” millonario, y se les da de latigazos, aún cuando el látigo no sea el mismo: inofensivo para mujer y terrible para el hombre.

   Llegamos, por último, a la piscina. Suntuosísima. El ama nos enseña el hermoso decorado del muro.
- Ha sido pintado por un primer premio de Roma, señores.
¡Bravo por el primer premio de Roma!
Pregunto:
- ¿Puede usted decirme, señora, cuanto ha costado construir este burdel?
- Cuatro millones.


   Voy a dejar de fastidiar a ciertos lectores, pero antes quiero sacar la conclusión:
Cuando una civilización construye burdeles por valor de cuatro millones de francos, mientras que sus campesinos, enloquecidos por la miseria, matan a sus hijos a hachazos, esta civilización no tiene derecho a existir, (…) Una civilización como esa, si le queda algo de pudor, debe enterrar sus bibliotecas, desmontar y retirar sus más nobles monumentos, y, seguidamente, hacer que su primer obispo-abogado repique la campana mayor de Nuestra Señora. De lo contrario…
   De lo contrario, todos los medios son buenos para destruirla.”

Panait Istrati en “Rusia al desnudo” Ed. Las grandes obras, Bs. As.

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